martes, 19 de octubre de 2010

FIN DEL CAMINO Y COMIENZO DEL VIACRUCIS : PRIMERA ESTACION

Tras mucho peregrinar, por fin habíamos concluido el "Camino de Santiago" . Lo que no sabíamos es que al final del mismo no nos esperaba la ansiada "indulgencia", sino que, allí mismo, se iniciaba un "via crucis", aún mas duro; al final del cual tampoco obtendríamos la salvación que esperábamos.

A las ocho de la mañana el paciente, en ayunas, y flanqueado por su hija y por quien suscribe, entraba en la sala de espera de los quirófanos de cirugía plástica, situada en la primera planta del Hospital . La sala, de unos 15 metros cuadrados, estaba abarrotada de pacientes y sus respectivos acompañantes; en algunos casos, mas de dos por paciente. El ambiente, a pesar de las circunstancias, era bastante animado y dicharachero, y hasta un punto ruidoso para tratarse de un hospital; no apreciándose miedo o precupación en las caras de casi ninguno de los allí presentes, que mas parecía que se encontraban en una consulta rutinaria que en la antesala de la mesa de operaciones.

Tras dar los buenos días y sentar al paciente en el único butacón que quedaba libre, nos dispusimos a esperar nuestro turno y , como forma de distracción nos dedicamos a prestar atenciòn a las distintas conversaciones o comentarios de todo tipo, que tenían lugar entre los presentes mas próximos; terminando, por involucrárnos en los comentarios que se hacían en voz alta y entablar algunas conversaciones informales con alguno de ellos .

Al cabo de unos diez minutos una enfermera abrió una puerta situada al fondo de la sala que conectaba con las dependencias interiores de los quirófanos, y llamó por su nombre a uno de los citados que se encontraban esperando. Este se levantó y tras ser despedido por sus acompañantes con efusivos abrazos y frases de ánimo y buenos deseos, desapareció junto con la enfermera tras la puerta por donde aquella había aparecido.

Media hora mas tarde, aproximadamente, por la misma puerta, aparecía un doctor con el típico traje verde y gorro de quirófano y llamaba a los familiares del recién operado, explicándoles, brevemente allí mismo, ante la expectación de todos los presentes, la operación que había realizado y que el resultado de la misma había sido el previsto; al tiempo que les informaba, que en ese momento, el paciente se encontraba bien, en la sala de reanimación y que cuando saliese de la misma para pasar a la habitación asignada, serian avisados y podrían verle.

El ritual se repitió con el siguiente paciente y a la tercera le llegó el turno a nuestro familiar. Esta vez quien salió a llamarle fué un enfermero. Cerrada la puerta por donde había aparecido, introdujo al paciente en un pequeño cuarto próximo y le ordenó que se despojase de sus ropas y se pusiese una especie de mandil azulado abierto por su parte delantera antes de entrar en el quirófano y que metiese sus ropas de calle en una bolsa negra que le había facilitado y que la entregase a sus acompañantes.Cuando lo hubo hecho, abrió la puerta de la sala de espera, donde nos encontrábamos y nos dió la bolsa con la ropa de calle. Le deseamos suerte y el enfermero volvió a cerrar la puerta. Acto seguido, el enfermero le rasuró la zona de la cabeza donde asentaba el enano, y poco después estaba tumbado en la mesa del quirófano.

Una hora más tarde, aproximadamente, abrió nuevamente la puerta uno de los cirujanos que le había intervenido, para informar del resultado de la intervenciòn. Al igual que en ocasiones anteriores la información tuvo lugar de pié y en la misma sala de espera, limitándose a informar del favorable resultado, del buen estado del paciente, y de que podríamos verle una vez saliera de la sala de reanimación, donde se encontraba, camino de la habitación asignada.

Poco a poco la sala de espera iba vaciándose de gente que, a su vez, comenzaba a acumularse en el hall de entrada a la puerta de quirófanos, en espera de ver salir a sus familiares o amigos recién operados, camino de las habitaciones.

Nosotros optamos, por salir por breve tiempo a la calle, para airearnos un poco, charlar mientras dabamos un corto paseo y tomar a continuación un pequeño refrigerio en la cafetería existente frente al Hospital; dado que el tiempo mínimo de espera antes de que el paciente abandonase la sala de reanimación rondaba las dos horas.

Cuando llegamos a la puerta principal de entrada al hospital, observamos un insólito espectáculo, hasta ahora único para nosotros, y que con tiempo comprobaríamos que constituía una arraigada costumbre de los pacientes del hospital.

En el exterior y bajo la marquesina, unos de pié o otros sentados, o incluso tumbados sobre un grueso muro bajo que limitaba por sus extremos la escalera de bajada hasta el pie de calle, se encontraba un nutrido grupo de enfermos con sus pijamas, sus vendajes y escayolas e incluso sus goteros o sillas de ruedas, fumando como auténticos cosacos. Días mas tarde, incluso pudimos ver a los mas osados, cruzar la calle en pijama para ir a comprar tabaco a la cafetería situada, justo frente al hospital. Aquello, que tanto nos extrañaba debía formar parte de los protocolos hospitalarios, pues se realizaba a la vista de todos con total naturalidad, y sin que nadie del personal del hospital se inmutase por ello lo más mínimo.

Una vez concluido el breve paseo y tomado un tentempié, volvimos a la planta. En el hall existente a las puertas de los quirófanos, nuevos familiares y acompañantes de los enfermos se iban sumando al grupo inicial y el murmullo comenzaba a parecerse a un gallinero, con gente hablando todos al mismo tiempo y cada vez mas alto para hacerse oir. De vez en cuando salía una enfermera a solicitar silencio. El rugido de la "marabunta" se atenuaba por un momento, para volver en rápido crescendo a alcanzar el volumen que había motivado la intervención de la enfermera.

Finalmente,en una camilla empujada por un fornido enfermero, salió el primer paciente intervenido. Se hizo por un momento el silencio, y todos los presentes dirigieron la mirada hacia el mismo esperando reconocer al enfermo que esperaban. El enfermo, inmediatamente fué rodeado por sus acompañantes, quienes tras hablar y bromear brevemente con el mismo siguieron al camillero hasta su habitación.En la puerta de quirófanos el sonido del silencio duro poco;siendo nuevamente roto por el barullo de gente que se encontraba a la espera.

Una hora más tarde, aproximadamente, por fin salió nuestro familiar; un poco adormilado todavía pero con buen aspecto; si bien lucía sobre la cabeza un aparatoso vendaje a modo de turbante, dando la impresiòn de que en lugar de extirparle un tumor de 15 milímetros, como había recogido el informe del dermatólogo, y reproducía la hoja de anamnesis y exploraciòn cliníca, confeccionada previamente al ingreso, parecía que hubiera sido objeto de una trepanaciòn.

Para quitarle importancia, hicimos algún chiste a cuenta del turbante, que fué correspondido por el paciente con una sonrisa forzada.

El camillero iniciò la marcha y nosotros le seguimos hasta la habitaciòn. Esperamos fuera, hasta que aquel lo acomodó al paciente en la cama, entrando una vez que aquel hubo salido.

Mi suegro tenía aún la voz gangosa, por efecto, de la intubación y de la "borrachera" producida por la anestesia; pero comprobamos que, a pesar de su situaciòn gozaba de buen humor; lo cual nos tranquilizó.

Habíamos tenido mucha suerte. Las habitaciones eran dobles, pero en ese momento eramos los únicos ocupantes. Siempre es una lotería quien pueda tocarte en suerte como vecino de cama. Y los primeros días en que el paciente suele encontrarse mas molesto suelen ser los peores. Especialmente si te toca en suerte un vecino en espera de ser intervenido y con múltiples y poco considerados visitantes. A medida que el paciente mejora y puede moverse, siempre queda la posibilidad de salir a pasear por el pasillo o sentarse en la sala de visitas, durante las, a menudo, bulliciosas horas de visita .

Aparte de lo aparatoso del vendaje, mi suegro tenía la boca seca. Sin embargo nos habían advertido de que no podía ingerir líquido hasta que a media tarde le fuera proporcionada una infusión. Tanto los efectos postoperatorios de la anestesia, aún no eliminada en su totalidad, como la sed contenida durante casi 18 horas sin probar líquido ni alimento alguno, hacía que mi suegro pareciese postrado y sin fuerzas.

Fué a partir de media tarde, tras serle servida una simple taza de manzanilla, cuando, repentinamente comenzó a recuperar su vitalidad . Al poco tiempo de tomarse la infusiòn, y aún con el gotero puesto se animó a levantarse y sentarse en uno de los sillones que había en la habitación. Lo cual nos sorprendió gratamente, pues era señal de que todo parecía marchar perfectamente. A la hora de la cena le sirvieron una dieta blanda, que devoró como si fuese un manjar. Ese noche insistió en que nadie se quedase con él; por lo que concluido el turno de visitas y tras habernos apuntado en la lista para ser informados al día siguiente de la evoluciòn del paciente, nos despedimos del mismo.

Mi mujer y yo estábamos bastante cansados, por el madrugón y por las más de doce horas que llevabamos fuera de casa, pero contentos, porque todo parecía ir sobre ruedas.

A las 13,30, hora fijada para el inicio de la informaciòn a los familiares de los pacientes, nos encontrábamos en la puerta de la sala de información del servicio de Cirugía Plástica, como nos habían indicado el día anterior . Otros tres familiares de otros tantos pacientes ingresados esperaban también de pié en el pasillo, para ser informados, según nos confirmaron tras preguntarles. Momentos más tarde se sumaban al grupo otros dos más. Entre tanto veíamos pasar , ante nuestras narices, y entrar y salir de la secretaría del Servicio o de otros departamentos del mismo, personal con bata o traje de quirófano e incluso vestidos de calle; pero nadie se dirigía a nosotros para preguntarnos por quien esperábamos o para informarnos sobre el retraso en el horario de informaciòn.

Cuando había transcurrido mas de un cuarto de hora de espera, preguntamos en la Secretaría del Servicio por los motivos de la tardanza, explicándonos que lo ignoraban, pero que probablemente el doctor que le correpondía informar ese día no habría salido aún del quirófano, pero que suponían que estaría a punto de hacerlo.

Cinco minutos mas tarde, llegó, con paso cansino y parsimonioso, una doctora con bata blanca y edad próxima a la de jubilaciòn, que sin decir ni pio se introdujo en la sala donde habitualmente se informaba a los familiares de los pacientes ingresados. Todos nos miramos, con cara de estupefacción, pensando si sería dicha doctora la informante. Una mujer cuyo marido llevaba ingresado ya varios días y que conocía a la doctora de ocasiones anteriores, bufó, al tiempo que decía : "buena nos ha tocado. me parece que hemos perdido el tiempo esperando". Transcurrido un minuto aproximadamente, el primero de la fila se dispuso a llamar a la puerta para preguntar; momento, en que, como si estuviese esperando esa acciòn, la doctora abrió la puerta, dejándola con el puño en el aire , y sin la más mínima disculpa, preguntó ¿Están ustedes para información . Si contestamos casi al unísono, excepto una discordante que añadió : "Llevamos ya mas de media hora esperando".

La doctora, con cara de no haber comido en toda la mañana, hizo como si no hubiese oido el comentario y, sin mirar a nadie, dijo escuetamente : "Pues que pase el primero", al tiempo que entre dientes mascullaba: "aunque no se que les voy a contar, porque no he podido hablar con los doctores".

Pasó en primer lugar una mujer y la que parecía ser su hija. La doctora, sin tan siquiera cerrar la puerta, las recibió de pié, a un metro del umbral de la misma y les preguntó por el nombre del paciente al que representaban.

Tras recibir las respuesta, miró en la hoja que contenía el listado de quienes habían solicitado ser informados, comprobando que se encontraba en la misma. Entornó ligeramente la puerta y al cabo de dos minutos aproximadamente, salían los familiares del paciente con cara de disgusto. Y algo parecido sucedió con el siguiente familiar que les siguió.

Cuando nos tocó entendimos la razón de aquellas caras largas. La doctora nos recibiò igualmente de pié, y tras la pregunta ritual relativa al familiar a quien representábamos, y su comprobaciòn en la lista, nos
indicó en unos términos muy vagos que la operaciòn había ido muy bien y que la evoluciòn también se estaba desarrollando satisfactoriamente. Sin embargo al preguntarle por algunos detalles, comprobamos que no tenía ni idea, terminando por admitir que no había podido hablar con los doctores que lo habían intervenido y que lo habían visitado ese día en Planta, y que volvieramos al día siguiente para ser informados con mayor detalle.

Al salir, comprobamos que los familiares que habían llegado después que nosotros se habían desaparecido. Mas tarde supimos que habían hablado con los que nos habían precedido, y que al explicarles la situación optaron por no perder el tiempo esperando una informaciòn que ese día no iban a obtener.

Con posterioridad y a lo largo de las distintas veces que el paciente ingresó para ser reintervenido por sucesivas recidivas, siempre vimos a la susodicha doctora deambulando, con bata blanca inmaculada por los pasillos, con aspecto mucho menos estresado que la mayoría de sus colegas, trasladando papeles de un lado a otro; pero en ninguna ocasión pudimos verla con traje de quirófano. Lo cual, vistos los precedentes, resultaba tranquilizador

Sin embargo, en la quinta y última intervenciòn nos extrañó no verla; enterándonos por manifiestaciones de personal del Hospital, que se había jubilado. Mas tarde supimos también que regentaba una clínica de cirugía estética, y que la mayoría de los colegas del hospital también trabajaban en clínicas privadas de cirugía plástica externas al Hospital Provincial.

Ese mismo día, por la tarde, fué ocupada la cama que permanecía libre en la habitaciòn. Tuvimos suerte; pues el enfermo además de resultar un ameno conversador, al igual que sus principales acompañantes habituales, permaneció a la espera de ser operado casi hasta el día del alta de nuestro pñaciente; con lo cual la estancia se hizo bastante agradable, dentro de lo agradable que puede considerarse la estancia en un hospital.

Por otro lado la comida hospitalaria era abundante, relativamente variada y de una calidad y preparaciòn bastante aceptable; si hemos de tener en cuenta los estándares de calidad y preparaciòn de las comidas hospitalarias. La ùnica limitación venía por el hecho de tatarse de una dieta pobre en grasas, como consecuencia del antecedente de infarto sufrido por el paciente. Sin embargo luego conoceríamos que nadie había tenido en cuenta en la dieta, el específico caracter tumoral maligno que constituía el objeto de la operaciòn, de forma que se prescribiesen alimentos específicos con potencial anticancerígeno, o que se evitasen otros que pudiesen facilitar la progresión tumoral. Y ese problema de la dieta constituiría una constante a lo largo de las cuarto ocasiones siguientes en que el paciente tuvo que ingresar para ser nuevamente reintervenido.

En honor a la verdad, hay que decir que, en general, el trato del personal de enfermería, tanto en aspecto profesional, como en el humano fué magnífico, facilitando mucho la estancia, del enfermo y contribuyendo, bajo la dirección médica y con ayuda de los acompañantes, a que en todas las ocasiones, la operación y su posterior evolución hospitalaria resultasen sin incidencias notables . Tanto el paciente como sus familiares acompañantes guardamos un grato recuerdo de este personal.

No se puede decir lo mismo del equipo médico; pues si bien no cabe objecciòn alguna a la profesionalidad técnica de las operaciones en su aspecto puramente quirúrgico y postquirúrgico, ( cicatrización y buena aceptacion del autotrasplante de piel etc .) dejaba mucho que desear en el aspecto humano y de comunicación tanto con el paciente como con los familiares representantes del mismo; así como en cuanto a la coordinación con otros servicios, ( en especial con el de anatomopatología ), y en cuando abordaje quirúrgico específico elegido, teniendo en cuenta las características específicas propias de tipo de tumor de que se trataba . Lo cual ha quedado patente en las reiteradas recidivas, tras cada alta hospitalaria, en los bordes de la zona operada. Elementos todos ellos negativos que vinieron a sumarse al retraso en el diagnóstico y en la reaslización de la primera intervención quirúrgica. Deficiencias, todas ellas, sin las cuales es muy probable que no estaríamos aquí narrando esta historia para no dormir.

Finalmente, tras diez días de hospitalización, el día 18 de junio de 2007, el paciente recibiò el alta hospitalaria y en el informe de alta decía :


ENFERMEDAD ACTUAL:

Paciente con tumoración quística de 1,5 cm. de diámetro en región retroauricular izquierda

EXPLORACION FISICA :

Lesión tumoral retroauricular izquierda, de características quísticas y de 5 x 3 cm de tamaño

JUICIO DIAGNOSTICO :

Basocelular quístico retroauricular izquierdo

INTERVENCION QUIRURGICA :

Con fecha 08/06/07, bajo anestesia local y sedación Dr....... Y Dr....... le realizan exéresis y cobertura mediante ILPH tomada de brazo.

EVOLUCION :

Satisfactoria, siendo dado de alta con fecha actual 18/06/07, debiendo acudir a consulta externa de Cirugía Plástica dentro de 3 semanas para informe anatomopatológico.

TRATAMIENTO :

Realizar curas con Betadine en su domicilio

Seguir su medicaciòn domiciliaria habitual .


Como puede verse, el tumor fué operado como si se tratase de un CARCINOMA BASOCELULAR QUISTICO, y no como un ANGIOSARCOMA, que tienen comportamiento, patrón de desarrollo y agresividad distintas. Y ello debido a que con caracter previo no se realizó ni una sola prueba objetiva para su correcta diagnosis.

Al mismo tiempo su tamaño, desde su descripción inicial por el dermatólogo del Hospital Comarcal, hasta el momento de la intervención quirurgica, había crecido desde 1,5 cm de diámetro hasta una elipse de 5 x 3 cm. , al tiempo que mostraba el desarrollo de varios satélites"o focos secundarios, próximos al tumor principal, como pondría de manifiesto posteriormente el informe anatomopatológico.

Por último puede observarse, igualmente, que ni antes de la intervenciòn se realizaron pruebas para determinar el tipo de tumor y su extensiòn, ni tampoco se realizaron, durante la hospitalización, antes de alta hospitalaria.

Y así paciente y familiares se fueron a casa, tan contentos, pensando ingenuamente que allí acababa aquel larga y tortuosa peregrinaciòn. Mas tarde, tras conocer el resultado del informe anatomopatológico, decubriríamos que el camino, lejos de terminar se había transformado en "via crucis".